29.4.07

Entrevista entre François Truffault y Alfred Hitchcock ( primer fragmento )

FRANÇOIS TRUFFAUT Señor Hitchcock, usted nació
en Londres el 13 de agosto de 1899. De su infancia, sólo
conozco una anécdota, la de la comisaría. ¿Es una anécdota
real?
ALFRED HITCHCOCK Sí. Yo tenía quizá cuatro o
cinco años... Mi padre me mandó a la comisaría de policía
con una carta. El comisario la leyó y me encerró en una
celda durante cinco o diez minutos diciéndome: «Esto es
lo que se hace con los niños malos.»
F.T. ¿Y qué había hecho usted para merecer esto?
A.H. No puedo imaginármelo; mi padre me llamaba
siempre su «ovejita sin mancha». De verdad no puedo
imaginar lo que había podido hacer.
F.T. Parece que su padre era muy severo.
A.H. Era muy excitable. Mi familia adoraba el teatro;
formábamos un grupito bastante excéntrico, pero yo era
lo que se llama un niño bueno. En las reuniones familiares,
permanecía sentado en mi rincón sin decir nada; yo
miraba, observaba mucho. Siempre he sido el mismo y
sigo siéndolo. Era todo lo contrario de expansivo, y muy
solitario también. No recuerdo haber tenido jamás un
compañero de juego. Me divertía solo e inventaba mis
juegos.
Muy joven aún, me internaron en Londres en una institución
de jesuítas, el «Saint Ignatius College». Mi familia
era católica, lo que en Inglaterra constituye casi una excentricidad.
Probablemente durante mi estancia con los
jesuítas el miedo se fortaleció en mí. Miedo moral a ser
asociado a todo lo que está mal. Siempre he permanecido
apartado de ello.
¿Por qué? Por temor físico, quizá. Tenía terror a los
castigos corporales. Entonces existía la palmeta. Creo
que los jesuítas la utilizan todavía. Era de goma muy dura,
no se administraba de cualquier manera, no; era una sentencia
que se ejecutaba. Te decían que pasaras por el
despacho de un cura al final de la jornada. Este cura
inscribía solemnemente tu nombre en un registro con la
mención del castigo que debías sufrir, y todo el día vivías
en esta espera.
F.T. He leído que era usted un alumno bastante mediano,
que destacaba sólo en geografía.
A.H. Generalmente estaba entre los cuatro o cinco primeros
de mi clase. Jamás fui primero y sólo fui segundo
una o dos veces; era con más frecuencia cuarto o quinto.
Me reprochaban ser un alumno bastante distraído.
F.T. Y su ambición en aquel momento era la de ser
ingeniero, ¿no?
A.H. A todos los niños se les pregunta qué querrán
ser de mayores; puede estar seguro de que jamás respondí:
policía. Yo dije que ingeniero. Entonces mis padres
se lo tomaron en serio y me mandaron a una escuela especializada,
la «School of Engineering and Navigation»,
en la que estudié mecánica, electricidad, acústica y navegación,
F.T. Según ello, se puede pensar que usted tenía esencialmente
una curiosidad científica...
A.H. Sin duda. De esta forma adquirí ciertos conocimientos
prácticos del oficio de ingeniero, la teoría de las
leyes de la fuerza y el movimiento, la teoría y la práctica
de la electricidad. Luego tuve que ganarme la vida y en-
El cine según Hitchcock 25
tré en la Compañía Telegráfica Henley. Al mismo tiempo,
seguía cursos en la Universidad de Londres, en la sección
de Bellas Artes, para aprender dibujo.
En la Henley, estaba especializado en cables eléctricos
submarinos. Estaba encargado de hacer evaluaciones técnicas.
Tenía unos diecinueve años.
F.T. ¿Se interesaba ya por el cine?
A.H. Sí, desde hacía varios años. Sentía un enorme entusiasmo
por las películas, por el teatro y muy a menudo
salía solo por la noche para asistir a los estrenos. Desde
la edad de dieciséis años, leía las revistas de cine; no los
«fans magazines» ni los «fun magazines», sino sólo las
revistas profesionales, sindicales, corporativas. Mientras
trabajaba en la Henley, estudiaba arte en la Universidad
de Londres; gracias a ello fui trasladado al servicio de publicidad
de la propia Henley, lo que me permitió empezar
a dibujar.
F.T. ¿Qué tipo de dibujos?
A.H. Dibujos para ilustrar anuncios publicitarios de los
cables eléctricos. Este trabajo me acercaba al cine, o más
exactamente, a lo que yo iba a hacer pronto en el cine.
F.T. ¿Recuerda usted qué le interesaba más del cine
por esa época?
A.H. Iba con mucha frecuencia al teatro, pero de todas
maneras el cine me atraía más y sentía mayor interés por
los films americanos que por los films ingleses. Veía los
de Chaplin, Griffith, todas las películas «Famous Players»
de la Paramount, Buster Keaton, Douglas Fairbanks, Mary
Pickford y también la producción alemana de la Compañía
«Decla-Bioscop». Es una sociedad que precedió a la
U.F.A. y para la que trabajó Murnau.
F.T. ¿Recuerda algún film que le haya impresionado
particularmente?
A.H. Uno de los films más conocidos de «Decla-Bioscop
» era Der mude Tod (En castellano: Destino, Las
tres luces, La Muerte cansada).
F.T. Era un film de Fritz Lang que se exhibió en Francia
con el título de Les Trois Lumières.
A.H. Debe de ser éste; el actor principal era Bernard
Goetzke.
F.T. ¿Le interesaban los films de Murnau?
A.H. Si, pero llegaron más tarde. En el 23 o el 24.
F.T. ¿Qué podía ver en 1920?
A.H. Me acuerdo de una comedia francesa: Monsieur
Prince. En inglés el personaje se llamaba Whiffles '.
F.T. A menudo se cita una de sus declaraciones: «Como
todos los directores, fui influenciado por Griffith...»
A.H. Recuerdo sobre todo Intolerancia y El nacimiento
de una nación.
F.T. ¿Cómo dejó la casa Henley por una productora de
cine?
A.H. Leyendo una revista corporativa, me enteré de que
la sociedad americana «Famous Players-Lasky» de Paramount
abría una sucursal en Londres. Emprendía la construcción
de estudios en Islington y anunciaba un programa
de producciones. Entre otros proyectos, había un
film basado en una novela cuyo título he olvidado. Sin
abandonar mi trabajo en la Henley, leí atentamente esa
novela y realicé varios dibujos que eventualmente podrían
ilustrar los títulos.
F.T. ¿Quiere decir usted los intertítulos que constituían
el diálogo de las películas mudas?
A.H. Eso es. En aquella época todos los títulos estaban
ilustrados. En cada cuadro estaba el propio título, el diálogo
y un dibujito. El más conocido de estos títulos narrativos
era: «Llegó el día...» Estaba también «A la mañana
siguiente...» Para darle un ejemplo, si el título decía:
«Por entonces Georges llevaba una vida disipada», debajo
de este título yo dibujaba una vela con una llama en
cada cabo. Era muy ingenuo.
F.T. ¿Era un trabajo de este tipo, decidido por usted,
el que fue a presentar a la «Famous Players»?
A.H. Fui a mostrarles mis dibujos y en seguida me contrataron;
luego me convertí en jefe de la sección de titulaje.
Fui a trabajar al estudio, en el departamento de
montaje. El jefe de este departamento tenía a dos escritores
americanos bajo sus órdenes y, cuando un film estaba
acabado, el montador jefe escribía los títulos o reescribía
los del guión original, porque en aquella época,
gracias a la utilÍ2ación de los títulos narrativos, se podía
cambiar por completo la concepción del guión.
F.T. ¿Ah sí?
A.H. Totalmente, porque el actor simulaba hablar y el
diálogo aparecía después en un rótulo. Se podía hacer decir
cualquier cosa al personaje y, gracias a este procedimiento,
se salvaron frecuentemente malas películas. Si un
drama había sido mal rodado, mal interpretado, y resultaba
ridículo, se escribía un diálogo de comedia y la pe-
Kcula se convertía en un gran éxito porque se la consideraba
como una sátira. Se podía hacer realmente cualquier
cosa... Coger el final de una película y ponerlo al principio...
sí, todo era posible.
F.T. Probablemente fue así como empezó a observar
los films muy de cerca...
A.H. En esta época conocí a escritores americanos y
aprendí a escribir guiones. Por otra parte, me mandaban a
veces a rodar escenas «extras» en las que no figuraban los
actores... Más tarde, al darse cuenta de que las películas
rodadas en Inglaterra no tenían éxito en América, la «Famous
Players» interrumpió la producción y alquiló sus
estudios a los productores británicos.
Entonces leí un relato en una revista y para ejercitarme
hice una adaptación. Ya sabía que los derechos eran propiedad
exclusiva y universal de una compañía americana,
pero me daba lo mismo porque se trataba sólo de un
ejercicio.
Cuando las compañías inglesas fueron a ocupar los estudios
de Islington, nosotros nos dirigimos a ellas para seguir
trabajando y yo conseguí un empleo de ayudante de
dirección.
F.T. ¿Para el productor Michael Balcon?
A.H. Primero trabajé en un film. Always Tell Your
Wife, interpretado por un actor londinense muy conocido,
Seymour Hicks. Un día, discutió con el director y
me dijo: «¿Por qué no acabamos usted y yo la película
solos?» Yo le ayudé y acabamos la película.
Entonces, la compañía formada por Michael Balcon alquiló
los estudios y me hice ayudante de dirección. Era
la compañía que Balcon había fundado con Victor Saville
y John Freedman. Buscaban una historia, un asunto.
Yo les indiqué una comedia, cuyos derechos compraron,
que se titulaba Woman to Woman (De mujer a mujer).
Después, cuando dijeron: «Ahora nos hace falta
un guión», yo me ofrecí: «Me gustaría mucho hacer el
guión». —¿Usted? ¿Qué ha hecho usted?— Voy a mostrarles
una cosa...» Y les mostré la adaptación de aquella
historia que había escrito como ejercicio. Quedaron impresionados
y conseguí el trabajo. Era en 1922.
F.T. Tenía usted entonces veintitrés años. Pero antes
está ese breve film, el primero que dirigió y del que no
hemos hablado: Number Thirteen.
A.H. ¡Oh, nunca se acabó! Tenía dos rollos.

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